Cuento de Ajedrez

Por Paloma Orozco (adaptación libre)


En el tablero de madera, donde se enfrentaban los dos colores opuestos, Peón Hache ocupaba su posición. Las reglas ya habían establecido su lugar: frente a la torre, en primera línea de infantería.
Nunca había hablado con la torre. Aquella fortaleza silenciosa se pasaba la partida pendiente del rey y del momento en que debía protegerlo de los ataques del ejército enemigo. Entonces cambiaba su puesto por el de su majestad, practicando una sutil maniobra llamada enroque.
Es sabido que la caballería y la infantería nunca se han llevado bien. Esta era la razón por la que tampoco cambiaba muchas palabras con el caballo, al que miraba de reojo.
Los caballeros alfiles, más cercanos a la dama y al rey, siempre estaban serios y callados, así que tampoco tenía mucho que ver con ellos.
Y era evidente que con la realeza no se trataba o, mejor dicho, eran ellos los que no se relacionaban con un insignificante peón bajito y cabezón.
¡Si por lo menos fuera el peón de rey, decisivo a veces en el jaque mate!. Jamás había abierto la partida, y nunca había llegado hasta el final del combate; tampoco había sido condecorado como su compañero, el peón de dama. Por el contrario, era de los primeros en ser comido y aterrizar en la caja de las piezas vencidas.
Sin embargo, soñaba con encabezar una revuelta similar a la que habían protagonizado sus camaradas de marinería, que una tarde se amotinaron en medio del tablero azul intenso del juego de barcos. Pero ¿qué podía hacer un pobre peón?
Hasta que un día su suerte cambió.
Fue a media partida. La mayoría de sus compañeros habían sido vencidos y retirados del campo de batalla, pero inexplicablemente él continuaba allí. La dama había retrocedido temerosa, y el alfil que la protegía acababa de caer presa del enemigo.
Peón Hache ya no tenía la torre a sus espaldas; se hallaba casi desamparado: un caballo moribundo a punto de ser rematado y otro peón más atrás, vencido.
Entonces recordó una de las reglas aprendidas durante su entrenamiento: no retroceder nunca, ir siempre hacia delante, con valentía y decisión.
Casilla a casilla, sin mirar atrás, se dirigió hacia las filas enemigas. Varios peones contrarios intentaron sin éxito cerrarle el paso. Él siguió caminando hasta que llegó a la última línea. Una vez allí, le montaron en un caballo. Tuvo que decidir en cuestión de segundos si acudía en auxilio de su reina o plantaba cara al rey enemigo. Optó por esto último, ya que la reina todavía podía resistir un poco más.
Saltando ahora veloz por encima de la superficie bicolor, Peón Hache se encontró de pronto junto a un rey desafiante de ojos furiosos.
Se abalanzó sobre él y le arrebató su casilla. Acababa de darle jaque mate.
Nunca olvidaría los gritos de alegría de su ejército, ni el reconocimiento a su coraje por parte del enemigo; ni los cálidos labios de la reina sobre su frente, ni cómo ondeaban en su honor los estandartes prendidos en las crines de los caballos y en lo alto de las torres.
Pero al atardecer aquel campo de batalla había quedado desierto, y él regresó a la caja con las demás piezas.
A la mañana siguiente, Peón Hache volvería a ocupar su sitio frente a la torre, y quizá en un primer momento quedaría fuera de combate. Pero ahora sabía algo que antes ignoraba: una vez concluido el juego, el peón y el rey, como todas las piezas del tablero, como todos los seres de este mundo, acabarían volviendo juntos a la caja.